A VER CUANTO AGUANTA LA EVALUACION

Estimular los sentidos con estrellitas, poner cebos ante el hambre, medir como si fueran cuartillos de maiz, algo tan subjetivo como el conocimiento o el aprendizaje, debemos pensarlo desde sus distintas naturalezas. Se puede medir el volumen de forma arbitraria, legitimada por la convencionalidad de determinados actores sociales, con el fundamento de lo empirico o de lo analítico, pero acaso, ¿podriamos convenir aquí y ahora con tal determinismo el valor de una comprensión o una "caida de veinte", un insigth, o siquiera, un -¡ahhhhhhh¡ ya entendí- de forma que se cubique o se mida su variabilidad en relación con la linea de una ecuación? Si así fuera intentemos medir en wattz o en moles el aprendizaje, intentemoslo al menos ¿no?. ¡VA¡. ¡mmm¡ suena absurdo, de modo que, más vale recurrir a la sicotecnia pedagógica pues su garbanzo de a libra, el examen pedagógico, ese si sabe medir el producto de las neuronas y es tan radical e impersonal que no le importa lo terrenal de la realidad social, ni lo dura que es la vida, ante el abandono social y emocional de las nuevas generaciones.
Se me ocurre algo más, intentemos eso que podria generar alopecia-lo advierto- primero dedicar más tiempo de clase a la evaluación en un contexto de democracia participativa, basada en credibilidad, de tal forma que, los actores del salón de clase se movilicen a partir de la construcción de unos principios -siempre inspiradores- que siendo flexibles ante la diversidad de la realidades sociales y del funcionamiento de las neuronas se construya un lugar para cada persona, y ese lugar, el que sea, permita la equidad y la oportunidad, para todos, inclyendo mi igonorancia como profesor o como docente. Ante esto una racionalidad matemática, desde su autoritarismo, podría descalificar lo artístico de una evaluación de lo complejo. El arte también es producto de las neuronas y de otras partes del cuerpo, creo.

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